Si alguien me preguntase cuántas veces he observado los cráteres Ptolemaeus, Alphonsus y Arzachel, sinceramente no sabría decir, pero lo que sí que puedo asegurar es que tal vez sea la zona lunar que en más ocasiones he disfrutado con mi SC de 127mm.
Y nunca me defrauda.
La noche del 15 de abril de 2016 apunté el telescopio de nuevo hacia ella, y me encontré tan a gusto durante los primeros minutos que estuve con el ojo pegado al ocular, que me decidí a sacar el papel y el lápiz para intentar hacer un pequeño boceto de los principales atractivos de la zona.
Con el papel en blanco delante, empezó a entrarme el pánico. ¿Sería capaz de plasmar la belleza de este paisaje lunar tan complejo que se mostraba ante mí?
Estuve un buen rato en blanco, y nunca mejor dicho, hasta que me animé a trazar las primeras líneas. Y fue en el momento en que pensé que, si no quedaba satisfecho de cómo me iba quedando, siempre tendría la opción de tirar el dibujo a la basura. Pero si por darle demasiadas vueltas a la cabeza no lo intentaba ya, nunca me encontraría con la suficiente confianza como para dibujar esta complicada zona lunar.
Una de las dificultades que se presentan cuando vas a dibujar una parte tan extensa de la Luna es la carrera contra el tiempo. Si nos entretenemos mucho en los detalles, es posible que a medio dibujo, el juego de luces y sombras sea completamente diferente a cuando empezamos, con lo que el resultado final no será demasiado fiel a la observación telescópica del momento.
De manera que lo principal es hacer un rápido bosquejo de los aspectos principales y más representativos, sobre todo prestando especial atención a las sombras. Después con más calma, ya se irá puliendo el dibujo.
Después de unos primeros trazos, vi que estaba abarcando demasiado y que me resultaría muy difícil conseguir un dibujo que me satisficiera, así que para no dejarme nada en el tintero decidí acoplar rápidamente la cámara ASI120MM al telescopio y fotografiar el momento.
Más tarde, esta foto me resultaría de gran ayuda para acabar de perfilar el dibujo.
Con el boceto encaminado y la fotografía hecha, me relajé un poco y empecé a disfrutar realmente de la observación lunar.
En un primer momento me fijé en el grandioso Ptolemaeus. Sus 154 km de diámetro albergan un suelo oscurecido por la lava que, con la abertura con la que estoy observando esta noche, tan sólo se ve alterada por un pequeño cratercillo, Ammonius, que con sus 8 km de diámetro parece querer pedir disculpas por alterar la armonía del interior de Ptolomaeus.
Junto a él encontramos a Alphonsus (118km). Sus paredes están tan juntas que no soy capaz de ver con claridad cuál es el cráter predominante. Más tarde leo que Ptolemaeus se creó en el periodo Pre-Nectariano, mientras que Alphonsus se formó durante el Nectariano, por lo que este último resulta ser más joven.
Muchos son los alicientes de Alphonsus: sus
cráteres de halo oscuro, su tímido pico central que se eleva a 1000m de altitud, sus terrazas y diversas grietas y fallas que lo atraviesan de Norte a Sur que parecen partirlo en dos mitades.
Y a continuación mi atención se centra en Arzachel, el más joven de este espectacular trío de cráteres.
Con sus 98 km de diámetro es el menor de ellos, pero no por ello el menos espectacular. Puedo apreciar perfectamente sus terrazas en la pared donde el Sol ya despliega sus rayos. En el lado opuesto, las sombras ya empiezan a verse menos marcadas.
Y algo curioso, que no sé si será debido a alguna ilusión óptica. Me da la sensación que el pico que emerge del suelo de Arzachel no se encuentra, como esperaría, en el centro del cráter, sino algo desplazado hacia el Oeste. Tal vez la presencia de un pequeño cráter a su lado ayude a tener esta perspectiva. Más tarde leo en el libro de Gerald North “Guía para observar la Luna” que, efectivamente, este pico se encuentra desplazado respecto al centro del cráter. Me pregunto cuál debe ser la razón.
Entre Alphonsus y Arzachel la negra oscuridad del peculiar Alpetragius. Es sensacional ver este pequeño cráter de 40 km de diámetro y una altura de 3.900m que no presenta un suelo interior plano, sino que desde sus profundidades emerge un cono de 20 km de diámetro y una elevación de 2.000m.
En el momento en que estoy observando, el cono central se encuentra rodeado de oscuridad, pero su zona superior emerge de ella una vez empieza a ser bañado por los primeros rayos solares. Una vista espectacular que, para mí, resulta de las mejores de todo el conjunto.
Ahora le toca el turno a la “Espada de la Luna”. Rupes Recta, una falla de unos 120 km de extensión que se formó seguramente a raíz del enfriamiento de la lava del Mare Nubium.
Es curioso que lo que desde la Tierra, con nuestros telescopios, nos sugiere una fractura abrupta y profunda, en realidad se trate de una pared con una inclinación que oscila entre los 30º y los 45º con una anchura de 1.000 a 1.500m. Sea como sea, a nivel estético es fantástica.
Al lado de ella me fijo por unos instantes en Thebit y Thebit A, con sus juegos de luces y sombras; y en Purbach, con unas curiosas colinas internas.
Pero rápidamente mi atención se mueve de vuelta hacia el Norte, donde enfrente de Ptolemaeus encuentro a Albategnius, que con sus 136 km de diámetro, su pico central, sus prominentes paredes y la presencia de Klein, un cráter posterior de 45 km que derruyó la pared oeste de Albategnius, proporcionan un bonito panorama.
Aquí dejo el dibujo que hice finalmente. Puede que la complejidad de la zona me haya superado, pero estoy contento con el resultado final, que no deja de ser un bonito recuerdo del rato que pasé disfrutando de esta parte central de nuestro satélite.
Ya iba a dar por concluida la observación, cuando en un último vistazo que di me llamó la atención un cráter que hasta el momento me había pasado por alto, sin duda eclipsado por los magníficos compañeros que lo rodean.
Se trata de Parrot C, un pequeño cráter de 31 km de diámetro que se encuentra unido a otro cratercillo del que no soy capaz de encontrar su nombre (si es que lo tiene), por un estrecho valle. No es la primera vez que me encuentro con estas curiosas uniones entre cráteres, como por ejemplo la pareja
Cardanus-Krafft, y me ha picado la curiosidad.
Investigando un poco me he encontrado con una posible explicación en este artículo de William K. Hartman, “Radial Structures Surrounding Lunar Basins, I: The Imbrium System”
https://www.lpl.arizona.edu/sites/default/files/sic/collection/journal/024_Hartmann_CommLPL_1964.pdf
Hartman expone que existen muchas estructuras radiales que emanan de Mare Imbrium que no pueden ser fruto de fragmentos eyectados por el impacto que formó la cuenca de Mare Imbrium, sino que deben ser el resultado de fracturas que se produjeron en la superficie lunar después del choque. Estas fracturas radiales alcanzan hasta los 2000 km de distancia y en la página 35 del artículo podemos ver una placa donde el autor relaciona el valle que comento que sale de Parrot C con una de estas fracturas.
Un buen colofón para una muy productiva y agradable sesión de observación lunar.