Pero sólo hasta el momento en que decido coger mi Nikon D5100, acoplarla al telescopio e intentar por mí mismo sacar alguna foto medio decente. Es entonces cuando valoro en su justa medida todo lo que representa la consecución de este tipo de imágenes.
La noche del 7 de diciembre de 2013 me encontraba disfrutando de unos cielos oscuros, bien lejos del trajín diario de la ciudad, y una vez acabado de montar todo el equipo, levanté la cabeza hacia el cielo y estuve un buen rato, como embobado, reconociendo constelaciones y admirando la majestuosidad del cielo de invierno.
Son momentos impagables en los que me noto en comunión con la naturaleza y con la infinidad de generaciones que nos han precedido y que también disfrutaron (o temieron) en su momento del espectáculo inalcanzable que se brinda sobre nuestras cabezas.
La belleza del cielo en un lugar sin apenas contaminación lumínica, en una noche despejada y diáfana hizo que prácticamente me olvidara de los 2° C a los que me encontraba. Aunque tengo que reconocer que las tres capas de ropa que llevaba, el anorak, el pasamontañas y las botas con dos pares de calcetines también ayudaban lo suyo.
Estaba tan a gusto que decidí pasar una noche de observación tranquila, así que cogí mis prismáticos 15x70 y me dispuse a ir visitando objetos asequibles que podemos encontrar por las constelaciones de Orión, Monoceros, Can Mayor, Auriga, Taurus… y para que el telescopio no permaneciera ocioso, decidí intentar sacar unas fotos de la galaxia M81 y de la planetaria M97, ambas en Ursa Major.
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