El pasado 26 de junio de 2010 tuve la ocasión de observar la salida de la Luna Llena por detrás de las montañas que se encuentran enfrente de mi pueblo (lugar donde todavía se mantienen unos cielos oscuros envidiables).
No pude evitarlo. Cogí la cámara, y me puse a inmortalizar una vista que he tenido la suerte de presenciar muchas veces a lo largo de mi vida.
Mientras estaba haciendo la fotografía pensé: "Momentos como éste son los que han hecho que me guste tanto la astronomía".
Y así es. Presenciar una salida de la Luna Llena en plena Naturaleza es una experiencia que a poca gente deja indiferente.
Una de las razones de la belleza del momento es ese color rojizo que presenta nuestro satélite. La razón de esta tonalidad no es otra que la dispersión de la luz que nos llega de la Luna. Dispersión que se produce cuando la luz va atravesando las partículas de nuestra atmosféra.
Al encontrarse cerca del horizonte, la luz del Sol reflejada por la Luna tiene que atravesar más atmósfera antes de llegar a nuestras retinas. Las ondas de luz de color azul se dispersan con mayor facilidad que las rojizas (anaranjadas), que son las que, predominantemente nos llegan a nosotros ofreciendo ese atractivo color rojizo de la Luna. (Esta también es la razón por la que, durante el día, vemos el cielo azul).
Otro aspecto destacable es que parece que la Luna es más grande cuando sale que cuando se encuentra alta en el cielo. Y digo parece, porqué sólo es una ilusión óptica nuestra. En realidad, el tamaño de la Luna es el mismo a lo largo de todo su recorrido celeste.
Podemos dar una explicación científica a estos fenómenos, prueba de nuestra inteligencia como especie, pero considero que lo que realmente nos hace “humanos” es ser capaces de maravillarnos y disfrutar ante una Luna Llena rojiza que va subiendo por el horizonte hasta adueñarse con su potente brillo de la oscuridad de la noche.
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