El pasado 27 de julio de 2020 murió mi madre a causa de un cáncer con el que estuvo luchando los últimos cuatro años, y la muerte, no por esperada, deja de ser muy dolorosa para todos los que la queríamos. Sólo nos queda recordar todos los buenos momentos que compartimos con ella, que por suerte fueron muchos, y esperar que algún día nos podamos reencontrar en el cielo.
Han pasado ya bastantes días y todavía uno no se hace a la idea, y la verdad es que los ánimos tampoco están muy allá. Hemos vuelto al pueblo para intentar recargar fuerzas, y poco a poco lo vamos consiguiendo. Pero cuesta. Por poner un ejemplo, he dejado pasar unas tres noches que podían considerarse excelentes, de aquellas que se pueden contar con los dedos de una mano a lo largo del año, sin ganas de montar el telescopio. Algo incomprensible para un aficionado a la astronomía.
Sin embargo, esto no quiere decir que no las disfrutara como lo hacía antaño, antes de comprarme ningún telescopio. Sentado en una tumbona en la terraza de la casa de mi pueblo, observando un fantástico cielo estrellado con una marcada Vía Láctea y unas constelaciones muy bien definidas.
Incluso, por primera vez en mi vida, vi caer un bólido. Impresionantemente brillante, dejando una estela azulada en una caída vertical.
Ha pasado más o menos un año desde la última vez que pude observar a través del SC de 235mm en mi pueblo. Y no ha por falta de ganas. Este año 2020 se está convirtiendo entre unas cosas y otras en un año aciago, tal vez el peor que me ha tocado vivir hasta ahora, y lo único que espero es que todo vaya mejorando poco a poco para todos.
Finalmente, la noche del 16 de agosto de 2020 me animé a montar el telescopio. No había planificado nada, pero di un recorrido por varios objetos familiares que me apetecía volver a disfrutar. Así, Saturno, Júpiter, M22, M11, M31… fueron pasando ante mi ojo con el único objetivo de contemplar su magnificencia y recordarme el por qué la observación del universo a través de mi SC de 235mm desde un cielo oscuro me produce tanta paz, admiración y serenidad.
Al final, hasta me animé con el papel y el lápiz con un nuevo objeto que no había visitado hasta ahora: la nebulosa planetaria NGC6629 situada en la constelación de Sagittarius.
Carta Generada con Cartes du ciel
A poco más de 2º al oeste de M22, NGC6629 representa una bonita recompensa para aquéllos que aman la observación de las pequeñas nebulosas planetarias. Esta brilla con una magnitud de 11,3 y ofrece un tamaño aparente de unos 16”.
Situada a unos 6.200 años luz de distancia, fue descubierta por William Herschel en 1784.
Es fácil de localizar a pocos aumentos, ya que, aunque se encuentra enmarcada en un rico campo estelar, su tamaño y aspecto permite diferenciarla sin demasiados problemas.
De todas maneras, mejor forzar aumentos. En mi caso, me he encontrado muy cómodo con el ocular de 10mm que me ofrecía 235x.
Un redondel difuso, que aprecio de color verde-ceniza. Muy coqueta gracias a los cielos oscuros desde los que la estoy viendo.
Pruebo a utilizar el filtro OIII, pero no me acaba de gustar cómo se ve. Sin embargo, con el UHC-S de Baader, mejora mucho el aspecto de conjunto. La planetaria se aprecia más marcada y las estrellas mantienen su presencia.
Este es el dibujo que hice de ella:
Para esta noche ya tuve suficiente y empecé a desmontar mientras veía aparecer tímidamente a Marte por el Este.